sábado, 8 de diciembre de 2012

Dulces consecuencias: capítulo cinco.






Una diminuta gota de sudor lamió la nuca de Maya.

La última pulla de Dylan Malone la había dejado fuera de combate, mandando al infierno toda su bien entrenada mordacidad.

El problema radicaba en que, le gustara o no, sabía que el imbécil sonriente que la observaba con la burla brillándole en los ojos tenía toda la razón. O sea, sólo necesitaba echarse una ojeada a sí misma para saber que jamás se había encontrado en una situación tan deprimente; el cabello erizado y enredado, la piel húmeda y sucia, los músculos adoloridos y los dedos morados por la falta de riego sanguíneo. Llevaba varios días, de hecho, sumida en esa especie de trance oscuro.

Por eso boqueó como un pez fuera del agua sin saber qué contestar; con la rabia bullendo a fuego lento bajo el peso de la sonrisita petulante de Dylan, que crecía y crecía conforme pasaban los segundos.

—No tienes ni idea de lo que hablas, estúpido—le espetó al final retomando su camino.

—¡Vaya, eso me ha dolido! —escuchó a sus espaldas, acompañado con el rechinar de un par de llantas sobre el camino. —¿Estúpido? ¡No sabía que pudieras ser tan cruel, chica!

El balanceo de las pesadas bolsas plásticas le daba un interesante movimiento a las caderas de la joven. Dylan no perdió detalle, la observó de arriba abajo con la cabeza ladeada y el estómago tenso por la diversión.

—Aunque pensándolo bien—dijo mientras apagaba el motor y comenzaba a empujar la moto con las piernas—, si fuera tú no me preocuparía mucho por tu nuevo empleo.

Maya apretó los dientes y lo ignoró.

Sabía que nada coherente, formal o decente podía salir de esa boca.

Y tenía razón.

—El servicio doméstico tiene mucho futuro, ¿sabes? —Continuó como si le hubieran dado cuerda. —Piensa en los millones, ¡qué digo!, billones de montones de basura que hay en el mundo. Y eso sólo en las calles, ahora saca la cuenta de toda esa gente vaga que pasa de limpiar sus casas. Podrías hacerte rica recogiendo mugre…

El suspiro irritado de Maya le levantó la mata de cabello que colgaba lacio de su frente.

—Además de que podríamos implementar ciertos cambios de vestuario—terminó Dylan con los ojos clavados en las curvas de la chica. —Ese sexy culito tuyo se vería genial con un traje de mucama francesa.

Maya soltó un gritito de remilgada indignación  y opacó, con grandes esfuerzos, las ganas de arrojar los paquetes y cubrirse con las manos cierta parte de su anatomía. Sin embargo no lo hizo. En el fondo estaba segura de que, por suerte, su ropa interior con estampados de cerezas rojas estaba a salvo de ese pervertido.

—¿Tu tía recibe una paga por ti, o la idiotez crónica aún no está homologada? —, le preguntó deteniéndose y girándose para encararlo.

Touché—aplaudió el muchacho—vas mejorando.

—¡Gracias!—contestó ella, venenosa—pero el merito es todo tuyo. Has pasado de estúpido a idiota en unos minutos. Deberías estar orgulloso. —Sin apenas darse cuenta avanzó hacia él. —O mejor aún ¿por qué no corres a casa y lo escribes en tu diario? Querido diario—comenzó con una falsa voz ronca—, hoy he batido mi propio récord de torpeza, me siento tannn bien.

Dylan sonrió con los ojos entrecerrados.

—¿Escribes un diario?

Maya, que había dado rienda suelta a toda la rabia acumulada, enmudeció.

—¿Qué? —inquirió confusa, retrocediendo a su posición anterior.

—Apuesto a que sí—murmuró calculador.

—No, no lo hago—mintió ella arrebolada. Dato que, por supuesto, no pasó desapercibido para él.

—Oh sí, sí que lo haces. ¿Y qué escribes en él?

De pronto Maya perdió todo el interés por esa conversación y se giró con la barbilla bien alta. No existía fuerza en el mundo que la obligara a hablar sobre las páginas de su pequeño diario íntimo. Puede que mezclar su nombre con el apellido de Carl se le antojara encantador, pero estaba segura de que la población de Lodden tendría otros adjetivos para eso; cursi o ridículo encajarían bastante bien. A su favor debía decir que la última vez que había escrito algo tenía doce años.

Ignorando la presencia que tenía a su espalda se dio la vuelta y lanzó una mirada anhelante a la pequeña granja que se perfilaba contra el sol del medio día. La sangre había vuelto a sus dedos entumecidos con un ligero cosquilleo, cosa que agradeció.

Dylan sin embargo no iba a dejar pasar una oportunidad como esa.

—Seguro que has escrito sobre mí, ¿no es cierto?—aporreó acarreando la moto con presteza detrás de ella.

—Déjame en paz—le espetó sin dignarse a mirarlo.

—Vamos, chica. Si salgo yo, tengo derecho a saber en qué posición. Es lo justo.

—En ninguna buena, de eso puedes estar seguro.

—¡Entonces sí que salgo ¿eh?!

Maya bufó. 

—¿Por qué iba a perder mi tiempo escribiendo sobre alguien que no me interesa en absoluto?—explicó sin detener el paso o girar la cabeza. Estaba empecinada en no volver a mirarle, ya que él le había impuesto su molesta compañía.

Y no, no era por el detalle que había descubierto en su cara petulante. Cuando Dylan había sonreído, Maya se percató que sus dientes frontales no eran del todo rectos; la paleta izquierda estaba sutilmente inclinada sobre la derecha. Le resultó irritante comprobar que ese pequeño defecto le daba un tenue aire travieso.

Atractivo.

¿Por qué no lograba encontrar algo grotesco o desagradable en aquel rostro burlón? ¿Qué cable se había fundido en su cerebro para que, a pesar de todo, pudiera seguir hallando atrayente al único chico que despertaba instintos homicidas en ella?

—Debería denunciarte, estás tratando de hundirme psicológicamente—le dijo él falsamente dolido.

—Hazlo. Y ya de paso, cuando vuelvas puedes ahogarte en el río.

La expresión de Dylan cambió cuando se dio cuenta de que ella hablaba completamente en serio. Usualmente no solía ser tan indiferente al género femenino, y la aparente insensibilidad de Maya hacia sus encantos escoció en el centro mismo de su ego.

—Prefiero no volver a mandarte a la cárcel, chica. El reformatorio podría hacer papilla a alguien como tú.

Maya encajó el golpe con entereza. Odiaba que la gente volviera una y otra vez al mismo tema, pero que fuera precisamente él, ese paleto marginal el que se lo recordara era casi intolerable.

Casi. Porque no pensaba darle el gusto de verla quebrarse.

—Tú debes saberlo bien. ¿Cuántos años has pasado entre rejas? ¿Uno, dos?—preguntó manteniendo el paso.

Sin darse cuenta habían llegado a la granja de Anne Cavanaugh, que la esperaba con el ceño fruncido y un sermón en la punta de su lengua.

Maya empujó la verja blanca y, por primera vez desde el tema traje de sirvienta francesa, se encontró frente a frente con Dylan.

—Digan lo que digan, no fue suficiente.

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La vida de Dylan Malone había sido dura desde sus inicios.

Su madre, Jenna, había tratado de huir con él cuando apenas tenía dos meses. Como cabe esperar, para una ingenua chica de dieciséis años que había descubierto que el amor también podía esconder una cara cruel, el escape no salió bien. La policía la halló una semana después escondida en los baños públicos de una estación de tren, deshidratada y casi al borde de la inanición. Jenna había tratado de subsistir a base de la poca ayuda que la iglesia cercana le proporcionaba diariamente, pero, aunque había sido suficiente para alimentar a su pequeño bebé, no bastó para ella.

Murió dos semanas después en un hospital de Chicago por una infección grave en los puntos de sutura que había recibido durante el parto.

Dylan terminó en los brazos de su padre, Gerald Malone, del que aprendió que en el mundo no había espacio para los débiles.

Golpear o ser golpeado—decía a menudo con el aliento apestando a alcohol y los ojos inyectados en sangre.

Dylan solía escuchar sus balbuceos de borracho escondido en el pequeño sótano de la casa, el único lugar en el que podía dormir tranquilo sin riesgo de ser despertado por los puños de Gerald.

La vida le enseñó a sobrevivir por sí mismo antes de saber si quiera el significado de esa palabra.

Se había visto en la calle, sin un solo centavo, muerto de hambre y tiritando de frío. Y lo único que lo separó del mundo turbio y oscuro en el que Gerald se movía con tanta fluidez fue el férreo orgullo que suponía, aunque no tenía datos para comprobarlo, había heredado de su madre. 

Por eso el rechazo de Maya, incluso si le resultaba divertido, hacía arder su sangre.

Después de dejar la moto en el atestado garaje de la casa de Anne lanzó una mirada hacia el porche. Su tía estaba sumergida en uno de sus ataques melodramáticos y su víctima, una apocada Maya, parecía al borde del colapso.

—…¡Casi dos horas! ¡Dos horas! Y ese Li, viejo desagradable, negándose a darme una razón de tu paradero. Digo yo que después de la propinita que le has dejado, podía haberse mostrado más amable conmigo. —Maya parpadeó con los ojos clavados en la madera pulida del porche. Se había olvidado completamente de que Anne le había exigido el vuelto completo. — ¡Trae aquí! —la anciana, intuyendo que no recibiría respuesta ante su calderilla perdida, le arrebató un par de bolsas y escrutó en su interior con los labios blancos de ira. —¡Mira estos huevos, están todos rotos! ¿Y la coliflor? ¡Para tirar!

—Señora Cavanaugh, lo sie…

—¡No, no, no! No me vengas con excusitas niña insolente—la cortó agitando uno de sus huesudos dedos frente al rostro sonrojado de la muchacha. —Y luego querrás cobrar, claro. Para recibir dinero sí que estáis todos dispuestos, pero cuando se trata de trabajar…

—Pero señora si yo no co…

—¡Te he pedido que te calles! —continuó rescatando el resto de la compra con una fuerza desmedida para una mujer de su edad. —¡Así va el país! La vagancia se extiende y nos atrapa como la tela de una araña a una pobre mosca indefensa…

Maya abrió los ojos de par en par ante el derroche teatral de Anne. Parecía una actriz de segunda en mitad del casting más importante de su vida. Incluso tejió una red imaginaria y usó su exiguo pulgar para darle vida a la mosca protagonista.

Dylan, con el pecho temblándole por la risa contenida, avanzó hasta ellas e interfirió en la perorata de su tía.

—En realidad, la culpa de su retraso ha sido mía, Anne.

La anciana los observó con los ojillos entrecerrados.

—¿Y eso por qué?

Dylan se encogió de hombros. —La encontré hace un rato en la senda—explicó, señalando con vaguedad hacia el sur—, nos pusimos a hablar y…ya sabes.

Maya no daba crédito a sus oídos.

¿Por qué, en el nombre de Belcebú y todos sus esbirros, el paleto marginal estaba defendiéndola? Y lo más alarmante ¿por qué eso le gustaba tanto?

Debería estar enfadada con él por su última y cruel bromita ridícula. Y en vez de eso su estómago traidor comenzaba a llenarse de un líquido cálido y dulce.

¿Quién es ahora la estúpida? —pensó.

Anne Cavanaugh paseó su mirada de uno al otro atentamente y después, con todo el descaro que la caracterizaba, abrió la boca para preguntar:

—¿No estaríais haciendo guarrerías verdad?

Maya pensó que el calor de su rostro incendiaría toda su cabeza. A la vez que ella negaba con desesperación, Dylan reía gustosamente.

Solo su tía podía soltar una bomba así y quedarse tan tranquila.

—La chica es decente, Anne—murmuró y esperó a que su tía volviera a la casa entre inteligibles refunfuños, para regalarle un guiño a Maya.

Después giró sobre los talones de sus destrozadas zapatillas y se marchó.


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El sol se había escondido entre las montañas para cuando Maya terminó la jornada.

Durante del resto del día confirmó sus sospechas: Anne Cavanaugh no quería una persona que pintara su bendita verja, deseaba un esclavo al que maltratar e irritar por los siglos de los siglos.

Le había ordenado colocar los alimentos que había comprado por fecha de caducidad en el frigorífico y después, cambiando de opinión repentinamente, por orden alfabético.

Cuando Maya se atrevió a señalar que ningún huevo, como Anne había chillado, estaba roto, la anciana la reprendió por ser una niñita insolente y entrometida.

Durante el almuerzo la obligó a levantarse tres veces de la mesa para comprobar si había llegado correo y más tarde se vio embutida en un par de guantes de goma limpiando el baño.

Preparó dos jarras de limonada, una bandeja con bocadillos de pollo y lechuga y le sacó brillo a una recargada cubertería de plata y marfil.

Todo eso aderezado por casuales visitas de Dylan que, aunque no le volvió a dirigir la palabra, la miraba con burla y la agobiaba con su opresora presencia.

¡Vaya! Podía decir que había tenido un día ocupado y se quedaba corta. 


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Amanda no estaba en casa cuando abrió la puerta.

Sin embargo Nel sí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió sorprendida. —Y ¿cómo has entrado?

Nel rodó los ojos y se llevó las manos a las caderas.

—Siempre dejáis la puerta de atrás abierta. ¡¿Qué diablos pasa contigo, Maya?! Te he mandado un montón de mensajes y no has contestado ninguno, tampoco a mis llamadas. ¿Acaso he atropellado a tu gato y no me he dado cuenta?

Maya pasó al lado de su mejor amiga y fue directa hasta el frigorífico, lo abrió y sacó un par de latas de soda heladas.

No tenía ganas de discutir, por lo que decirle que el comentario del primer mensaje de texto le había sentado como una patada en las tripas no era una opción.

—Lo siento, Nel—murmuró en cambio. Arrancó la chapita metálica con un chasquido y se llevó el dulce líquido a los labios. Tenía la garganta tan seca como un trozo de cuero. —He estado ocupada, por si no lo habías notado.

Nel la observó de arriba abajo y apretó los labios.

Tenía pensado regañarla por su falta de interés por ella, pero viendo el aspecto que presentaba decidió dejarlo pasar. Maya lucía realmente mal. Y olía muy raro, como a limpiador de limón, polvo y bolitas de alcanfor.

—Da igual.

Permanecieron en silencio un rato, pero Maya notó en la postura tensa de Nel sus ganas de comenzar con las preguntas.

Suspiró con resignación, apoyó la bebida contra la mesa y se cruzó de brazos.

—Venga, dispara.

—¿Qué? —preguntó inocentemente la interpelada.

—Vamos, sé que lo estás deseando. 

—Yo no…—comenzó Nel con fingida indignación. Pero su pequeña declaración contra los chismes locales murió antes de comenzar. Lo cierto era que rabiaba de curiosidad. —Vale—aceptó al fin. —¡Cuéntamelo todo, con detalles! ¿Te llevaron esposada? ¿Te hicieron vestir uno de esos monos naranjas fosforescentes? ¿Está el Sheriff tan bueno de cerca como de lejos?

A pesar de lo cansada que Maya se encontraba, no pudo más que reír ante el brillo de los ojos de Nel y el movimiento sugerente de sus cejas perfiladas.

Ese largo día no se iba a terminar tan fácil, al parecer.


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Disculpas por el retraso. Espero que les guste. Dejen sus comentarios, siempre es bueno saber cómo les va pareciendo esta historia. !Besos!

Como siempre gracias a Ele y Eri, sois geniales, y a todos los que se dan el tiempo de dejarme su impresión del capítulo.

3 comentarios:

  1. Wolas!!!

    Me encanto el duelo de ingenio entre Dylan y Maya, fue muy divertido aunque a Maya no se lo pareciera XD. Aunque pueda parecer raro el personaje de Anne me esta gustando mucho, pese a las obvias manias que tiene XD.

    Espero leerte pronto.
    Ciaoooooo!!

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  2. Hola!! me encantó el capítulo, tu historia es tan atrapante que no puedo evitar leer apenas actualizas, pero no dejé comentario ayer, porque tenía que estudiar y quería escribirte con más calma.
    Me gustan mucho Maya y Dylan, sobre todo por la forma en que pelean, ya que ambos apelan al ingenio del otro, no se trata de esas discusiones en que simplemente se tratan mal...
    Creo que la pesadilla de la pobre Maya recién comienza, ¿verdad?... al menos eso creo yo... espero que nos leamos pronto, saludos :)

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  3. Hola!! capítulo fabuloso jajajajaajaj Eso del lo bueno que esta el sheriff me tiene risueña. Dylan, Oh Dios!! Esta se esta mejorando cada día mas....sigue así

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